miércoles, 14 de agosto de 2019
LA DISYUNTIVA DE VIVIR EN UNA CASA A LA ORILLA DEL MAR
Vivir en una casa a la orilla del mar puede ser una especie de auto-sabotaje, se corre el riesgo de que con el paso del tiempo se pierda de vista la descomunal belleza del azul profundo del océano, y que con lo cotidiano se subestime su perpetuo movimiento perfecto- para lo que fue creado-.
Vivir en una casa a la orilla del mar puede desencadenar también la locura del egocéntrico, el que cree que el mar es solamente suyo y no desea compartir la puesta del sol con nadie; una obra de arte universal, patrimonio de las miradas que aprecian los encantos indescriptibles.
Vivir en una casa a la orilla del mar requiere de ser osado, representa el no perderse entre la bruma y el canto de las sirenas. Se necesita también bastante valentía para no asustarse cuando hay mar adentro o cuando sube la marea.
En realidad, vivir en una casa a la orilla del mar no debería de ser tan complicado: Es ser simplemente un amante de lo natural; ni tanta miel, ni tanta hiel. Sin instructivos ni guías para armar. Sin prisas, sin plazos. En sincronía perfecta con la naturaleza. Sumergirse, regocijarse y después de cada día al caer la noche, poder retirarse a dormir con el alma tranquila en santa paz.
Porque al final del camino, el mar siempre estará ahí, aguardando paciente a los turistas y navegantes que viajan con el anhelo de apreciar su descomunal belleza de encanto indescriptible; su perpetuo movimiento perfecto-para lo que fue creado-.
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