Era uno de esos lunes típicamente aburridos. Apenas cursábamos la mitad del primer año de la escuela secundaria. Ese día, la sorpresa fue que al regresar a nuestro salón de clases después del receso, ya se encontraba allí nuestro director del plantel: el profesor Eduardo Villalva.
Ataviado siempre de traje gris y de fisionomía parecida al luchador "Mil Mascaras", nuestro director tenía un ritual de alternar la limpieza de sus lentes y de su cabeza calva mientras devoraba una bolsa de pistaches que siempre le acompañaban.
El director hizo una pausa en su ritual para asegurarse de que estuviéramos todos, y viendo que estaba el grupo completo nos dirigió unas palabras:
"Hola niños. Estoy aquí para informarles que por motivos de salud, su maestro Anselmo -de Ciencias Sociales- estará ausente por un breve periodo, y mientras él se recupera tendremos el apoyo de una gran maestra. ¡Les pido todo su apoyo y que le brinden un fuerte aplauso de bienvenida a la profesora Estela Báez!" - nos dijo visiblemente emocionado señalando hacia la puerta-
Con una juventud refrescante, vestida con elegante traje de color azul y zapatos de tacón alto, con su cabello largo, risado...de pestañas largas, chinas... la maestra Estela caminó con seguridad hacia el centro del salón, luego nos saludó con una amplia sonrisa cegadora y nos dirigió sus primeras palabras:
"¡Hola muchachos! A partir del día de hoy ,y cada tercer día después del receso, estaré con ustedes un par de horas para continuar con su programa educativo en Ciencias Sociales"
Algunas niñas la miraron con recelo, otras tantas la miraron con simpatía. la mayoría de los niños nos quedamos boquiabiertos, perplejos, no era de creerse: La maestra Estela era en definitiva, una especie de "Brooke Shields" que había naufragado -para nuestra fortuna- en ese salón de clases.
Estoy seguro de que en ese momento no le prestamos ni la mínima atención a sus primeras indicaciones y que solo la veíamos cómo se expresaba armoniosamente con todo su cuerpo, tratando de mirarla ocasionalmente a los ojos para intentar definir su color; todo ello sin poder dejar de admirar su boca perfecta a la cual coronaban muy bien esos delineados labios rojos
Estoy seguro de que en ese momento no le prestamos ni la mínima atención a sus primeras indicaciones y que solo la veíamos cómo se expresaba armoniosamente con todo su cuerpo, tratando de mirarla ocasionalmente a los ojos para intentar definir su color; todo ello sin poder dejar de admirar su boca perfecta a la cual coronaban muy bien esos delineados labios rojos
Pasado ese trance de la primera impresión, ni siquiera me dí cuenta de en que momento se despidió de nosotros el señor director. Aterricé oportunamente en la tierra cuando escuché el pase de lista y pude decir "¡presente!" cuando la maestra mencionó mi nombre.
En su clase inicial, la maestra Estela se centró en hablar de la injusticia:
La injusticia de la Conquista perpetrada por Hernán Cortés...
La injusticia que generó siglos de esclavitud y despojos...
La injusticia de continuar igual o peor que antes...
Durante su exposición el tono de su voz fue de menor a mayor intensidad. Sus palabras encendieron en más de uno el febril coraje. Reabrió la ardiente llaga histórica de los agravios impunes; todos ellos sin juicios, sin veredictos y sin condenas. No había la menor duda: aparte de su belleza, la profesora llevaba también consigo ese fuego interno que se necesita para ser un verdadero maestro: La inspiración.
Las dos horas pasaron volando, y el toque de la campana nos avisó que había llegado la hora de la salida. Todos los niños salieron corriendo como siempre, todos, excepto yo. A partir de ese momento, todo sucedió de manera automática...
Desde el fondo de la fila donde me encontraba tomé mi mochila y caminé ese largo pasillo que me llevaba hacia el escritorio de la maestra Estela, que al percatarse de ello, se levantó de su silla y salió a mi encuentro; me ofreció una sonrisa dulce, poderosa. yo le respondí con una sonrisa torpe y desprolija; al llegar a ella me levanté de "puntitas" para alcanzarla, y ella se inclinó gentilmente para que yo no batallara. Me extendió su antebrazo izquierdo para que mi antebrazo derecho en ella se apoyara y, sin formalidades y sin prisas, nos besamos en la mejilla, rozando ligeramente las comisuras de nuestros labios. ¡Íntegramente sucedió de manera fantástica y perfectamente sincronizada!. Quizá duró un segundo, pero fue un segundo del micro cosmos: contemplé un mundo completo...¡Con sabor a gomitas de grenetina azucaradas!.
Desde el fondo de la fila donde me encontraba tomé mi mochila y caminé ese largo pasillo que me llevaba hacia el escritorio de la maestra Estela, que al percatarse de ello, se levantó de su silla y salió a mi encuentro; me ofreció una sonrisa dulce, poderosa. yo le respondí con una sonrisa torpe y desprolija; al llegar a ella me levanté de "puntitas" para alcanzarla, y ella se inclinó gentilmente para que yo no batallara. Me extendió su antebrazo izquierdo para que mi antebrazo derecho en ella se apoyara y, sin formalidades y sin prisas, nos besamos en la mejilla, rozando ligeramente las comisuras de nuestros labios. ¡Íntegramente sucedió de manera fantástica y perfectamente sincronizada!. Quizá duró un segundo, pero fue un segundo del micro cosmos: contemplé un mundo completo...¡Con sabor a gomitas de grenetina azucaradas!.
Sonrojado, tomé suficiente aire para decirle "¡Hasta mañana maestra!, a lo que ella me contestó con una sonrisa intimidante:"¡Hasta mañana jovencito!"
Afuera del salón ya me esperaban mis amigos Juvencio y Daniel, quienes asombrados de inmediato me bombardearon con todo tipo de señalamientos: "¿Qué rayos fue eso?" "¡Besáste a la profesora!" "¿En qué diablos estabas pensando?"...
-¡Wow!- les dije todavía inmerso en el momento- ni siquiera yo sé que rayos fue eso.
-¡Muy bien, "Romeo"!, ya pasó tu momento, vamos a las canchas de la cascada, hoy tenemos partido contra los de segundo grado.
-Hoy no puedo ir -les mentí- mejor nos vemos mañana.
Camino a casa me fui reflexionando en lo sucedido. Definitivamente un beso de esa naturaleza no era para escandalizarse, pero si era muy digno de analizarse: ¿Qué tipo de beso fue ese?
¿Acaso fue un beso del tipo "Fútbol argentino"? (Beso en el cual los jugadores al término del partido se demuestran respeto y simpatía con un beso en la mejilla).
¿Acaso fue un beso del tipo "Maternal"? (Beso en el cual la madre besa a su hijo en la mejilla para proveerle cariño y también confianza).
¿Acaso fue un beso del tipo "Fútbol argentino"? (Beso en el cual los jugadores al término del partido se demuestran respeto y simpatía con un beso en la mejilla).
¿Acaso fue un beso del tipo "Maternal"? (Beso en el cual la madre besa a su hijo en la mejilla para proveerle cariño y también confianza).
¿O simplemente, fue un "Beso del destino"?... (Ese beso que tiene que darse: Sin decirlo, sin pensarlo, necesario y de común acuerdo).
También hubo una situación extraña: ¿Cómo fue posible que un beso en la mejilla pudiera dejarme un sabor a gomitas de grenetina azucaradas? Repasé en mi corta memoria los breves momentos de besos, pero no encontré registro alguno referente a los sabores; para eso no tuve ninguna explicación.
Juzgado todo lo anterior, determiné que no debía sentir remordimiento o pena -dado que en los asuntos nobles entre una dama y un caballero no puede existir revocación-. Decidí por lo tanto, que repetiría esa extraordinaria experiencia mientras se pudiera y que asimismo pasaría mis tardes leyendo libros de historia, olvidándome por un buen rato de salir a la calle para patear un balón.
Juzgado todo lo anterior, determiné que no debía sentir remordimiento o pena -dado que en los asuntos nobles entre una dama y un caballero no puede existir revocación-. Decidí por lo tanto, que repetiría esa extraordinaria experiencia mientras se pudiera y que asimismo pasaría mis tardes leyendo libros de historia, olvidándome por un buen rato de salir a la calle para patear un balón.
Y así fue entonces como en su segunda clase, la maestra Estela nos enseñó sobre las sociedades capitalistas...con esos súbitos momentos en los que ambos nos miramos constantemente a los ojos, como de reconocimiento, como de confirmación. ¡Sentí una fuerza tal en los latidos de mi corazón! Temí que mis descontroladas palpitaciones se convirtieran en temblores tan fuertes que cimbrarían el piso del salón; haciendo evidente para todo el mundo la emoción que me provocaba estar ahí, en ese momento...
Su beso de despedida tuvo un potente sabor a café americano.
Para su tercera clase, tocó el tema de la Revolución industrial...la conexión entre la maestra y yo, era real...Ella nos preguntaba y yo levantaba la mano para responderle acertadamente...Ella iniciaba una oración invitándome a que yo concluyera la frase...
El beso de despedida me dejó un acentuado gusto a refresco "ligth".
En su cuarta lección copiábamos del pizarrón la tarea que nos había encomendado, escuchábamos su mélodica voz combinada con el sonido de su cadencioso caminar entre las filas de butacas. Yo trataba de concentrarme en ese viejo y despintado pizarrón, cuando de repente sentí la presión de su mano sobre mi hombro izquierdo y como su otra mano comenzó a peinar suavemente mis cabellos necios y rebeldes que nunca antes habían sido amaestrados. "Tienes el cabello tan dócil" -me dijo de manera tierna-.Yo ya me había convertido en su mejor alumno y la mayoría de mis compañeros me jorobaban con ese asunto de que me agradaba mucho la maestra. Mis amigos Juvencio y Daniel ya no me buscaban más para invitarme a jugar...creí haberme quedado solo, pero francamente eso me importaba un cacahuate.
Y así sucedió entonces que con una pluma y una libreta en las manos me autoexilié en la jardinera que estaba junto al laboratorio de química, y tal como un loco poeta amateur, comencé a escribir confidencialmente algunos versitos para la maestra Estela.
La clase de ese día: El grito de Dolores. El sabor de ese beso: Cajeta envinada.
La quinta clase se trató del continente europeo...seguía mejorando mi promedio en la materia...El beso de despedida me dejó una sensación a tiramisú de limón.
En la sexta lección conocimos a Los Libertadores de América...Yo deseaba que la maestra se quedara para siempre -pero de ninguna manera a expensas del maestro Anselmo-... El beso de "hasta mañana" llevaba un delicioso sabor a arepa rellena de chicharrón.
Para la séptima clase, nos habló del Imperio Azteca...La maestra ya me había elegido como su jefe de grupo...mientras mi compañera Andrea nos leía de pie un párrafo correspondiente al esplendor de Tenochtitlan, la maestra pasó por mi banca para dejarme un trozo del chocolate que ella degustaba.-"Toma, para que te endulces la vida" -me dijo en voz baja, sin saber de la tremenda dulzura que ella misma emanaba-...El sabor de la despedida: Exquisito cacao.
Para la octava clase todo fue muy diferente. Había llovido desde muy temprano. A través de las ventanas empañadas del salón se alcanzaba a distinguir todavía el enorme encharcamiento que mantenía inundada la cancha de básquetbol. La maestra Estela parecía estar muy triste. Se notaba muy afectada. Nos dejó las indicaciones de las lecturas de ese día, y salió con rumbo a la oficina del director del plantel.
Durante su ausencia me surgieron varias interrogantes: ¿Ese sería su último día con nosostros? En caso contrario: ¿Hasta donde llegaría mi afición por ella? ¿Sería el momento adecuado de confesarle cuanto ella me agradaba? ¿No sería mejor madurar y en cinco años más buscarla?
Cómo normalmente sucedía cuando pensaba en ella, el tiempo se diluyó. Llegó el toque de la salida, y la maestra Alejandra -de laboratorio- pasó a avisarnos que ya nos podiamos retirar.
Me encontré con la maestra Estela en las escaleras que llevaban al primer piso. Se me acercó para despedirse de manera fugaz: "Me fue imposible regresar, nos vemos mañana" Su beso me proporcionó un fresco sabor a enjuague bucal de menta.
La tarde de ese día recordé especialmente aquella ocasión en la que yo tenía cinco años y estaba tendido en la cama con tremenda fiebre y un terrible empacho; me había excedidio en la ingesta de las deliciosas chapatas que mi abuelo había traido de su tierra natal. Recordé como mi abuelo se me acercó para cambiarme las compresas de agua fría en la frente y aprovechó el momento para darme una poderosa lección (Que cómo casi todas, no tomé a tiempo): "¡Ah que mijo tan tragón!" "Mire: En este mundo muchas cosas a usted le van a encantar, pero ninguna de ellas se le deben de atragantar"
Desempolvé muy tarde el consejo; comprendí mi estatus de empachado y atragantado, tendido en la cama con fiebre, nuevamente, ocho años después. Sin nada que hacer me dispuse a terminar los primeros cursis versos dedicados a la maestra Estela, que mas o menos decían así:
"Desde la entrada y hasta el fondo del salón, su figura es Estela;
rastros de espuma, rastros de nieve, rastros de arena.
Huellas de una alegría imprevista que una ausencia dejó "
"En el pizarrón, en la jardinera y en honores a la bandera;
solo encuentro esa sonrisa cegadora que el mal tiempo nunca apagó"
"Estelas de mar, Estelas de flor; por siempre Estelas.
Rastros de sol, rastros de luna, ¡rastros de ella!"
Para su novena clase, la maestra Estela se presentó de manera normal e inició una dinamica distinta; nos pidió que por orden de lista nos presentáramos y resumiéramos brevemente quienes erámos, que era lo que nos gustaba y que deseábamos ser cuando fuéramos grandes. La idea me pareció excelente; romper con la rutina y distenderse, precisamente en ese viernes, previo al largo puente vacacional.
Dicho ejercicio comenzó con la exposición de mi compañero Humberto, que entre otras cosas, yo jamás hubiera imaginado su raro deseo de ser un jinete ecuestre ¿Quién en estos días desea algo así? También estaba mi compañera Mariana, emocionada, al punto del llanto cuando expresó su vehemente deseo por formar parte del ballet de Moscú, y así sucesivamente, por orden de lista, cada quien se desmenuzaba ante los demás. Dejé de poner atención a todo ello cuando íbamos a la mitad de la clase. Traté de concentrarme en lo mío, pero a esa edad me parecía más facil lograr la levitacíón en el aire o derribar robles a patadas antes que adivinar o "casarme" con una idea de lo que sería de mi vida en un largo plazo, y por si fuera poco, debía de impresionar a la maestra con algo único y maravilloso.
En ello estaba trabajando, cuando antes de lo previsto sonó la campana de salida. ¡Eso no podía estar sucediendo! faltabamos cinco alumnos por exponer y faltaba media hora para la salida. El director había decidido -con motivo del dichoso puente vacacional- adelantar la hora de partida.
La maestra Estela, un poco apresurada y también sorprendida, nos brindó sus ultimas palabras: las de su despedida: "Queridos muchachos: El día de hoy ha sido mi última clase de apoyo. Su maestro Anselmo ya se presenta con ustedes la próxima semana" -y continuó- "Ha sido grato el conocerlos, espero que todos sus sueños y metas se cumplan. ¡Muchas gracias a todos!"
El grupo entero celebró la anticipada salida. Con mayor rapidéz y orden que en cualquier ejercicio de simulacro de emergencia, quedó el salón vacío. Atónito por las altas revoluciones de los acontecimientos tomé mi mochila y caminé ese largo pasillo hacia el escritorio de la maestra, con la duda del último beso de despedida: ¿Sería un beso épico?, ¿imborrable?, ¿arrebatado?, ¿monumental?
La maestra, que ya también me esperaba, me dió un fuerte abrazo previo. "Te voy a extrañar mucho, estoy muy orgullosa de ti" -y remató- "Esto no es una despedida, es un hasta luego"; y dicho esto, ambos concidimos de manera sincronizada en el momento del postrero beso del adiós, que fue en la mejilla y fue perfecto como todos los demás, pero este llevaba un muy incómodo sabor a pistache salado. Una bocina de claxon sonaba a la distancia con insistencia. Instintivamente desvié mi mirada hacia el portón de salida para identificar al chevy azul del señor director, con sus barras porta equipaje repletas de maletas de viaje. "¡Estelita, apurate que la autopista va a estar a reventar!" -vociferó el director desde la ventanilla de su auto- a lo que la mestra le contestó también a grito abierto: "Ya voy Lalo, dame un minuto"...me ofreció por última vez su amplia sonrisa cegadora, y salió corriendo del salón para alcanzar en la salida al señor director.
Apesadumbrado llegué a la salida de la escuela, ya no estaba a la vista el chevy azul. Solamente estaban los vendedores de todo tipo de golosinas, y mis compañeros Juvencio y Daniel, ambos con una sonrisa burlona e idiota. Acompañados de su balon de cuero desgastado y unos guantes de portero recién comprados, quisieron darme consuelo. Leyeron de manera perfecta los tiempos: "¡Ánimo mi cuate!", "¡Aquí no pasó nada, carajo!" -me dijeron apenados, y agregaron: "¡Vamonos de volada a las canchas de la cascada, que hoy hay revancha contra los de segundo grado!" Y así de animosos, nos fuimos trotando rumbo al importante compromiso que teníamos en puerta. Mi viaje al mundo de la fantasía de nueve días concluyó tal cual comenzó todo: De manera sorpresiva para mí y muy predecible para los demás.
Su beso de despedida tuvo un potente sabor a café americano.
Para su tercera clase, tocó el tema de la Revolución industrial...la conexión entre la maestra y yo, era real...Ella nos preguntaba y yo levantaba la mano para responderle acertadamente...Ella iniciaba una oración invitándome a que yo concluyera la frase...
El beso de despedida me dejó un acentuado gusto a refresco "ligth".
En su cuarta lección copiábamos del pizarrón la tarea que nos había encomendado, escuchábamos su mélodica voz combinada con el sonido de su cadencioso caminar entre las filas de butacas. Yo trataba de concentrarme en ese viejo y despintado pizarrón, cuando de repente sentí la presión de su mano sobre mi hombro izquierdo y como su otra mano comenzó a peinar suavemente mis cabellos necios y rebeldes que nunca antes habían sido amaestrados. "Tienes el cabello tan dócil" -me dijo de manera tierna-.Yo ya me había convertido en su mejor alumno y la mayoría de mis compañeros me jorobaban con ese asunto de que me agradaba mucho la maestra. Mis amigos Juvencio y Daniel ya no me buscaban más para invitarme a jugar...creí haberme quedado solo, pero francamente eso me importaba un cacahuate.
Y así sucedió entonces que con una pluma y una libreta en las manos me autoexilié en la jardinera que estaba junto al laboratorio de química, y tal como un loco poeta amateur, comencé a escribir confidencialmente algunos versitos para la maestra Estela.
La clase de ese día: El grito de Dolores. El sabor de ese beso: Cajeta envinada.
La quinta clase se trató del continente europeo...seguía mejorando mi promedio en la materia...El beso de despedida me dejó una sensación a tiramisú de limón.
En la sexta lección conocimos a Los Libertadores de América...Yo deseaba que la maestra se quedara para siempre -pero de ninguna manera a expensas del maestro Anselmo-... El beso de "hasta mañana" llevaba un delicioso sabor a arepa rellena de chicharrón.
Para la séptima clase, nos habló del Imperio Azteca...La maestra ya me había elegido como su jefe de grupo...mientras mi compañera Andrea nos leía de pie un párrafo correspondiente al esplendor de Tenochtitlan, la maestra pasó por mi banca para dejarme un trozo del chocolate que ella degustaba.-"Toma, para que te endulces la vida" -me dijo en voz baja, sin saber de la tremenda dulzura que ella misma emanaba-...El sabor de la despedida: Exquisito cacao.
Para la octava clase todo fue muy diferente. Había llovido desde muy temprano. A través de las ventanas empañadas del salón se alcanzaba a distinguir todavía el enorme encharcamiento que mantenía inundada la cancha de básquetbol. La maestra Estela parecía estar muy triste. Se notaba muy afectada. Nos dejó las indicaciones de las lecturas de ese día, y salió con rumbo a la oficina del director del plantel.
Durante su ausencia me surgieron varias interrogantes: ¿Ese sería su último día con nosostros? En caso contrario: ¿Hasta donde llegaría mi afición por ella? ¿Sería el momento adecuado de confesarle cuanto ella me agradaba? ¿No sería mejor madurar y en cinco años más buscarla?
Cómo normalmente sucedía cuando pensaba en ella, el tiempo se diluyó. Llegó el toque de la salida, y la maestra Alejandra -de laboratorio- pasó a avisarnos que ya nos podiamos retirar.
Me encontré con la maestra Estela en las escaleras que llevaban al primer piso. Se me acercó para despedirse de manera fugaz: "Me fue imposible regresar, nos vemos mañana" Su beso me proporcionó un fresco sabor a enjuague bucal de menta.
La tarde de ese día recordé especialmente aquella ocasión en la que yo tenía cinco años y estaba tendido en la cama con tremenda fiebre y un terrible empacho; me había excedidio en la ingesta de las deliciosas chapatas que mi abuelo había traido de su tierra natal. Recordé como mi abuelo se me acercó para cambiarme las compresas de agua fría en la frente y aprovechó el momento para darme una poderosa lección (Que cómo casi todas, no tomé a tiempo): "¡Ah que mijo tan tragón!" "Mire: En este mundo muchas cosas a usted le van a encantar, pero ninguna de ellas se le deben de atragantar"
Desempolvé muy tarde el consejo; comprendí mi estatus de empachado y atragantado, tendido en la cama con fiebre, nuevamente, ocho años después. Sin nada que hacer me dispuse a terminar los primeros cursis versos dedicados a la maestra Estela, que mas o menos decían así:
"Desde la entrada y hasta el fondo del salón, su figura es Estela;
rastros de espuma, rastros de nieve, rastros de arena.
Huellas de una alegría imprevista que una ausencia dejó "
"En el pizarrón, en la jardinera y en honores a la bandera;
solo encuentro esa sonrisa cegadora que el mal tiempo nunca apagó"
"Estelas de mar, Estelas de flor; por siempre Estelas.
Rastros de sol, rastros de luna, ¡rastros de ella!"
Para su novena clase, la maestra Estela se presentó de manera normal e inició una dinamica distinta; nos pidió que por orden de lista nos presentáramos y resumiéramos brevemente quienes erámos, que era lo que nos gustaba y que deseábamos ser cuando fuéramos grandes. La idea me pareció excelente; romper con la rutina y distenderse, precisamente en ese viernes, previo al largo puente vacacional.
Dicho ejercicio comenzó con la exposición de mi compañero Humberto, que entre otras cosas, yo jamás hubiera imaginado su raro deseo de ser un jinete ecuestre ¿Quién en estos días desea algo así? También estaba mi compañera Mariana, emocionada, al punto del llanto cuando expresó su vehemente deseo por formar parte del ballet de Moscú, y así sucesivamente, por orden de lista, cada quien se desmenuzaba ante los demás. Dejé de poner atención a todo ello cuando íbamos a la mitad de la clase. Traté de concentrarme en lo mío, pero a esa edad me parecía más facil lograr la levitacíón en el aire o derribar robles a patadas antes que adivinar o "casarme" con una idea de lo que sería de mi vida en un largo plazo, y por si fuera poco, debía de impresionar a la maestra con algo único y maravilloso.
En ello estaba trabajando, cuando antes de lo previsto sonó la campana de salida. ¡Eso no podía estar sucediendo! faltabamos cinco alumnos por exponer y faltaba media hora para la salida. El director había decidido -con motivo del dichoso puente vacacional- adelantar la hora de partida.
La maestra Estela, un poco apresurada y también sorprendida, nos brindó sus ultimas palabras: las de su despedida: "Queridos muchachos: El día de hoy ha sido mi última clase de apoyo. Su maestro Anselmo ya se presenta con ustedes la próxima semana" -y continuó- "Ha sido grato el conocerlos, espero que todos sus sueños y metas se cumplan. ¡Muchas gracias a todos!"
El grupo entero celebró la anticipada salida. Con mayor rapidéz y orden que en cualquier ejercicio de simulacro de emergencia, quedó el salón vacío. Atónito por las altas revoluciones de los acontecimientos tomé mi mochila y caminé ese largo pasillo hacia el escritorio de la maestra, con la duda del último beso de despedida: ¿Sería un beso épico?, ¿imborrable?, ¿arrebatado?, ¿monumental?
La maestra, que ya también me esperaba, me dió un fuerte abrazo previo. "Te voy a extrañar mucho, estoy muy orgullosa de ti" -y remató- "Esto no es una despedida, es un hasta luego"; y dicho esto, ambos concidimos de manera sincronizada en el momento del postrero beso del adiós, que fue en la mejilla y fue perfecto como todos los demás, pero este llevaba un muy incómodo sabor a pistache salado. Una bocina de claxon sonaba a la distancia con insistencia. Instintivamente desvié mi mirada hacia el portón de salida para identificar al chevy azul del señor director, con sus barras porta equipaje repletas de maletas de viaje. "¡Estelita, apurate que la autopista va a estar a reventar!" -vociferó el director desde la ventanilla de su auto- a lo que la mestra le contestó también a grito abierto: "Ya voy Lalo, dame un minuto"...me ofreció por última vez su amplia sonrisa cegadora, y salió corriendo del salón para alcanzar en la salida al señor director.
Apesadumbrado llegué a la salida de la escuela, ya no estaba a la vista el chevy azul. Solamente estaban los vendedores de todo tipo de golosinas, y mis compañeros Juvencio y Daniel, ambos con una sonrisa burlona e idiota. Acompañados de su balon de cuero desgastado y unos guantes de portero recién comprados, quisieron darme consuelo. Leyeron de manera perfecta los tiempos: "¡Ánimo mi cuate!", "¡Aquí no pasó nada, carajo!" -me dijeron apenados, y agregaron: "¡Vamonos de volada a las canchas de la cascada, que hoy hay revancha contra los de segundo grado!" Y así de animosos, nos fuimos trotando rumbo al importante compromiso que teníamos en puerta. Mi viaje al mundo de la fantasía de nueve días concluyó tal cual comenzó todo: De manera sorpresiva para mí y muy predecible para los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario