viernes, 29 de enero de 2016

UNA HISTORIA DE REYES MAGOS


Pedro tiene siete años, debido a un pequeño inconveniente -su pobreza extrema- hace cinco meses que dejó de asistir a la escuela. Hoy -cinco de enero-, es un día normal de trabajo para él y para su madre; se ganan la vida vendiendo dulces a los automovilistas en el crucero de Díaz Ordaz.
Cada minuto y medio que dura el semáforo en rojo es una oportunidad de ganarse el sustento.
Esta mañana Pedro se encuentra muy distraído: Niños van y niños vienen con grandes globos de colores y sus cartas listas para ser enviadas hacia el cielo en espera de que sean recibidas por los tres Reyes Magos.

Algo no anda bien en Pedro, tiene una cara de aflicción tremenda y muchas preocupaciones que no puede contener:
-Mamá, si dejo mi carta para los Reyes Magos en mis zapatos rotos: ¿Mis deseos pueden escaparse?
 -¡Claro que no, hijo! Tus zapatos son como la fuente de los deseos; una vez que depositas tu carta, tus peticiones llegan al cielo más rápido que cualquier globo, por más grande o bonito que este pueda ser.
-Mamá, escuché a unos niños decir que en sus casas les dan de cenar a los Reyes Magos y a sus animales.
-¿Darle de cenar a los Reyes Magos? ¿Y encima a sus animalotes? ¡Esas son tonterías! Los Reyes y sus animales son mágicos. no pueden beber ni comer lo mismo que nosotros. Te voy a contar un secreto: Si crees en la magia, tu mismo puedes cocinar bocadillos y chocolates calientes imaginarios; prepáralos con tus manos con mucha fe y déjalos sobre la mesa antes de irte a dormir. Te prometo que esa cena sí podrán disfrutarla, porque es un alimento invisible y mágico... ¡Así como son ellos!

El rostro de Pedro se ilumina con el cambio de la luz en el semáforo; retomó la fuerza moral que necesitaba para continuar ganándose la vida. Su madre comienza también a vender su producto, pero en sentido contrario a Pedro; un buen capitán no debe de mostrar lágrimas de fragilidad ante su tripulación.

No muy lejos de ahí se encuentra Rodrigo en una pequeña alameda. Rodrigo es un niño de ocho años con una confianza infinita. Compró un fabuloso globo para dejarlo escapar hacia cielo. Va soltando lentamente el hilo con la seguridad de que este año -por séptima vez consecutiva- los tres Reyes Magos le complacerán sus deseos. Rodrigo sonríe todo el tiempo, su madre lo lleva a tomarse la foto con tres actores que representan a los Reyes Magos. Su padre -un acaudalado Político- lo mima: Le compra un helado, lo sube al tren, lo lleva al supermercado donde comprarán las galletas y las bebidas empacadas que habrán de ofrecerles hoy por la noche a sus Mágicos visitantes...
-Papá, ¿Por qué los Reyes Magos siempre me traen todo lo que les pido?
-Mmh...Porque nuestra casa está mas cerca de ellos vienen. Así que comienzan a repartir los juguetes por aquí y según la suerte es lo que te toca cada año.
-¿Habrá algún año en el que no me traigan lo que yo les pida?
-¡Eso sí que no!  te lo puedo asegurar porque...te voy a contar un secreto: Yo muy soy muy amigo de ellos y salvo que algo extraordinario suceda, cada año tendrás lo que deseas...¡De eso me encargo yo!
Rodrigo camina hacia su habitación pensando donde habrá de poner en un futuro todos sus juguetes de los años pasados. Son tantos, que ya no caben en su cuarto.

Las horas del día transcurren igual tanto para el rico, como para el jornalero, de tal manera que justo antes de las siete de la noche la asociación estelar de Las Tres Marías se distingue de manera vertical en el horizonte.
En el crucero de Díaz Ordaz, Pedro voltea hacia el cielo para apreciar que las tres estrellas están cada vez más cerca y parecen llevar destino inminente hacia su casa.
-¡Má!..¡Mamá! ¡Ya vámonos!...¡Ya están bajando los tres Reyes Magos!
-¡Pues vámonos volando, que te tienes que dormirte temprano! 

Una vez que Pedro y su madre llegan al modesto cuarto donde viven, lo primero que hace Pedro, es quitarse el zapato izquierdo -el menos roto- y deposita su carta para dejarlo muy cerca de un rincón destinado a la Virgen de Guadalupe. En su carta, Pedro pide una portería (De tamaño real), un balón de fútbol (El oficial de la liga profesional) y un par de tenis (Como los que usa el mejor jugador del mundo). Antes de escribir esa carta, Pedro pensó en la posibilidad de pedir tres regalos alternos: El primero: Un buen padre que lo apoyara y lo mandara de nuevo a la escuela. El segundo: suficiente dinero para que su madre no volviera a trabajar, y el tercero: Una casa propia, suficientemente grande para jugar por todos lados sin restricciones...Sucedió que con el simple hecho de ilusionarse en ello, Pedro se sintió absolutamente tonto y ridículo. "Si deseos así se concedieran, no existiría el hambre ni la tristeza en este mundo".
Pedro come nervioso un pan y bebe apresurado un té de hojas de limón, para después elaborar imaginariamente con sus manos los bocadillos y las bebidas mágicas que habrá de ofrecerles a sus distinguidos visitantes...Sobre una desvencijada mesa de madera dejó lista la cena digna de un Rey.

Pedro se acuesta en un colchón que yace sobre el piso, y cansado, junto a su madre comienza a dormir profundamente...Entre sueños, los aullidos de los perros de su barrio parecen transformarse en los berridos del elefante de Baltazar. Pedro sabe que los Reyes Magos ya están cerca y comienza a sudar, se tapa la cara con la cobija, se voltea contra la pared y cierra muy fuerte sus ojos...todo esto porque su madre una vez le dijo que tuviera mucho cuidado, que ni por accidente se le ocurriera voltear a ver a los Reyes Magos, porque  de hacerlo, en ese momento se acabaría la magia y de ahí en adelante ya no recibirá jamás ningún regalo.

En el lado opuesto de la ciudad, Rodrigo ya prepara un aperitivo real para sus visitantes. En torno a una fastuosa mesa de cristal Rodrigo ubica una silla para Melchor, otra para Gaspar y otra para Baltazar. A petición de su padre, dejó unas bebidas energéticas acompañadas de los pastelillos que tanto le gustan a su madre. Debajo de un espectacular árbol de navidad sobresale un  diminuto tenis deportivo de moda -idéntico al que utiliza el mejor jugador del mundo- en él, Rodrigo dejó su carta, en la que pide un "Robotman", también pide el más reciente juego de realidad virtual y una autopista de tres niveles con sus seis super autos de carreras ya incluidos. Como a la mayoría de los niños, a Rodrigo también le habría gustado la idea de pedir tres deseos alternos, pero estando rodeado de tantas comodidades, le es más difícil pensar en querer cambiar algo de la lista. Rodrigo se despide de sus padres y se encamina a su cuarto, sin embargo no tiene sueño: Hojea revistas de agencias de viajes que ofrecen tours por Europa, enciende la tv, pone películas, hace contorsiones sobre su cama, visita varias veces al refrigerador, ya no le distraen sus vídeo juegos y termina por quedarse dormido sobre la alfombra de su habitación...Entre sueños, el potente motor de una camioneta de ocho cilindros llegando a su cochera, le suena como el galopar de un caballo que se acerca, Rodrigo intuye que Melchor anda cerca y más le vale cerrar la puerta de su cuarto a sabiendas de la leyenda de que los niños no deben de estar despiertos en esa noche.

Aproximadamente para la una de la madrugada, Alnitak, Alnilam y Mintaka -  o Melchor Gaspar y Baltazar- por fin aterrizan. Han llegado los poderosos héroes del oriente para regalar incalculable alegría a los niños que se han portado bien. No importando las dificultades o el sacrificio de tan largo viaje, se han hecho presentes puntualmente  y, como se lo dijo su padre a Rodrigo, por logística han comenzado por su casa, para casi al final visitar el barrio de Pedro.

Rodrigo se despierta con los primeros rayos de luz que entran por su ventana, como impulsado por un resorte sale de su cama para correr al pie del árbol de navidad...No hay decepción; inmediatamente visualiza a su "Robotman"-el simpático robot que dice cosas chuscas o alocadas- a su lado, el nuevo vídeo juego de realidad virtual desproporcionada y -por supuesto- la autopista de carreras de tres niveles. Como colofón a todo esto, un río de golosinas rodeando el árbol. Nuevamente el milagro sucedió. Todo perfecto, todo impecable. Rodrigo ahora cree saber como se siente aquel Piloto multicampeón de la formula uno; Otro año más ganador. Otro año más invicto.

Entre el canto del gallo y la discusión callejera de dos borrachos trasnochados, Pedro se despabila, se levanta del colchón para ir al rincón donde dejó su zapato, y...el milagro ocurrió. Pedro emocionado abraza un balón - que aunque parece ser de segunda mano-  tiene la calibración oficial de aire, rebota bien y al chutarlo suena bien. Pedro con su filosofía infantil, lo ve como un espejo: "Está un poco maltratado, pero ¡qué resistente y qué buena pinta tiene!" A continuación descubre también dos muñecos de la lucha libre: El famoso "Santo" y su compañero "Blue Demon" ambos con todo y sus capas; los dos gladiadores caben perfectamente en las palmas de sus manos. La cereza de este pastel es una bolsa de chocolates, de esos que solamente se pueden adquirir en una tienda de prestigio. Pedro tiene el sentimiento de victoria de un campeón de box que gana por decisión dividida: A pesar de todo, tanto esfuerzo y sacrificio han valido la pena.

La madre de Pedro lo conmina a que se apresure a comer algo, aunque es día de Reyes, hoy también tienen que salir a trabajar.

Una hora más tarde en el crucero de Díaz Ordaz. El semáforo cambia a rojo, la camioneta del papá de Rodrigo frena justamente en la linea peatonal. Rodrigo, al observar que se acerca Pedro para ofrecerles sus dulces, saca de su mochila al fabuloso "Robotman" y no pierde la oportunidad para presumirle tan genial juguete de luces increíbles y frases simpáticas. Ante esto, Pedro no se inmuta y de sus bolsillos saca a "Santo" y a "Blue Demon"; le hace una veloz demostración a Rodrigo, de como luchan estos gladiadores por los aires con piruetas y giros increíbles a voluntad de su manos. No hay mayor tensión entre Rodrigo y Pedro. Ambos se miran con respeto, como dos generales de distintos bandos que honran y reconocen el poderío de sus respectivos ejércitos. El semáforo cambia a verde. La camioneta de un Rodrigo feliz se aleja, mientras que Pedro corre hacia la esquina para abrazar muy contento a su madre.

Contemplando toda esta escena -a unos cuantos metros- se encuentran conmovidos Martín y Lucy:
Los dos niños limpiaparabrisas del crucero que decidieron no desayunar solventes esta mañana para sentirse lúcidos y apreciar con toda sensibilidad los milagros del día  seis de enero. Ellos están disfrutando también de sus tres regalos alternos:
El primero: Recibieron la virtud de sentir una legítima alegría `por felicidad de los otros.
El segundo: Recuperaron la bendición de sentirse nuevamente como niños.
El tercero:Obtuvieron la esperanza fuerte y clara de que ahora todo es posible: Si te portas bien, nunca dejes de pedir y nunca dejes de  creer...
















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