domingo, 29 de noviembre de 2015

DE LA CANCHA AL NAPROXENO



Para cuando culmine esta fiesta del naproxeno y del diclofenaco -dentro de unos pocos minutos- nuevamente estaré roto; partido...

Y es que este dolor de costillas rotas no pueden mantenerlo calmo ni siquiera los mejores analgésicos acompañados con tres copas de ron.

Esta molestia es insufrible y paralizante, mucho más que un dolor de muelas.
Pero ya está hecho y no hay vuelta de hoja. Cuando repaso en mi mente como sucedieron las cosas, voy comprendiendo que esta lesión era inevitable:

Fue el jueves de la semana pasada, por la noche, cuando nuestro equipo de futbol "Servicio Las Palmas" se presentó en la cancha de futbol 7, en Jiutepec.
Para empezar, el pasto no era sintético, la hierba estaba muy crecida sobre un piso muy disparejo con muchos hoyos ¡El terreno de juego estaba fatal! Y para peor, nuestro equipo apenas se completaba; éramos justo siete jugadores sin posibilidad de cambio o descanso alguno; considerando también que no llegó a esta cita nuestro portero titular, el panorama no era óptimo.

Nuestros rivales -el equipo de "Tecno industrias"- ya estaban esperándonos calentando en la cancha. Su porra - de aproximadamente cuarenta personas- ya tenían su propia fiesta en las gradas. En contraste, nosotros por ser visitantes llevábamos apenas cuatro escasos pero fieles seguidores.

El juego comenzó sin contratiempos, inicié en la media cancha tratando de ayudar más en la defensa que en el ataque, me multiplicaba por toda esa zona del campo: cubría espacios, ayudaba en la marca, recuperaba balones y los proyectaba hacia el frente...No íbamos tan mal, hasta que el primer tiro de larga distancia de ellos se coló entre las manos de nuestro portero provisional " El babis"; que no sujetó la bola, el disparo no iba tan fuerte ni colocado y así cayó el primer gol en contra.
Se reanudó el juego con nuestro saque de la media cancha, toqué el balón para Rafa, que por alguna razón se hizo un nudo con sus propios pies y cayó al suelo. Nos agarraron mal parados al contragolpe, hice un sprint desde la media tratando de cubrir la lateral derecha, me barrí impetuosamente para impedir que mandaran el centro, sentí que algo se rompió en la zona posterior de mi muslo derecho y escuché claramente como algo dentro de él, tronó.
No pude evitar ese pase al centro de nuestra área, nuestro portero no  hizo nada para salir a cortarlo y así fue como cayó el segundo gol de ellos. El júbilo de la porra rival se desbordó en la tribuna, saltaban de gusto, hacían fiesta, solicitaban más cartones de cervezas... Apenas corría el minuto doce de la primera parte y ya se presagiaba una verdadera paliza en contra de nosotros.

Adolorido, sin poder flexionar de manera firme mi pierna lesionada, le pedí a "El babis" los guantes y el suéter de portero, lo mandé a la media cancha y me dispuse a defender nuestro arco. Los siguiente minutos fueron incesantes, un bombardeo en nuestra portería. saqué mis mejores dotes de portero: Atajadones por aquí, atajadones inverosímiles por allá, el partido subió de emoción, goles cantados que yo lograba contener o rechazar una y otra vez. La grada estaba exaltada, algunos incluso, gritaban eufóricos ¡Portero, portero!

En la última jugada del primer tiempo, por enésima vez le ganaron las espaldas a Martínez. me dejaron en otro mano a mano con el delantero rival -que esta vez no hizo un buen control de balón y se le alargó demasiado- salí a taparlo, me lancé de frente sobre mi costado derecho, anticipándome capturé la pelota, solo que inmediatamente a ello, el delantero rival se barrió a destiempo de manera brutal con los tacos por delante, y toda la fuerza desmedida de su artera entrada encontró mi costilla derecha ¡Ni siquiera atinó a tocar el balón! El árbitro pitó la falta, yo me revolcaba de dolor sobre el pasto y se calmó el ruido en la tribuna.

Mis compañeros reaccionaron enérgicos contra el infractor y contra el árbitro, quien de manera desproporcionada juzgó muy mal la jugada y solamente le mostró al agresor la tarjeta amarilla -en todos lados siempre pesa la localía- 
No recuerdo quién me ayudó a levantarme, durante unos segundos mi visión fue borrosa...Me preguntaban preocupados si me sentía bien, si podía continuar. Mi lesión de la pierna pasó a segundo término. ese daño en mis costillas era en verdad supremo.

A esta edad, cuando juego, aún me emociono exactamente igual que cuando era un niño, y los gritos de cuarenta y cuatro personas en las gradas me parecen el orfeón de treinta mil fanáticos en un espectacular estadio.
En cámara lenta recreo en mi mente las buenas jugadas, esas que me hacen sentir como un héroe; me transformo en un crack anónimo, un futbolista alejado de los reflectores que no graba comerciales para una marca de cereal, pero que cuando patea un balón lo hace siempre con una alegría incomparable. Así que a pesar del dolor, decidí absurda e irresponsablemente continuar en la cancha. Para mi fortuna el árbitro dio por terminado el primer tiempo, eso me dio la oportunidad de tomar un respiro.

Durante el descanso la porra rival me mandó un par de cervezas, como para que me reanimara y pudiera continuar aquella barbarie en esa arena de su coliseo. deseaban seguir contemplando una lucha muy dispareja.
Hubiera deseado que alguien me obsequiara cloruro de etilo o aún mejor: que alguien me reemplazara, que llegaran los paramédicos y me sedaran, pero mi gusto por jugar y mi coraje por ir perdiendo me lanzaron de nuevo a la cancha en busca de revertir las cosas.

Para el segundo tiempo las cosas no cambiaron. Tuvimos una mala noche, fuimos avasallados. Perdimos cinco goles a uno, y se podría decir que fue un cinco a uno, a costillas mías.

Abandoné el centro deportivo pensando más en encontrar una farmacia, que en hidratarme, y justo la encontré en pocos minutos. Inmediatamente pedí una dotación de analgésicos, vendajes, antiinflamatorios y consejos para controlar el dolor. Todo estaba aún caliente: La derrota, mi ánimo y mi herida.

En frío todo dolor se magnifica y toma su justa dimensión de gravedad. Al día siguiente, el simple hecho de respirar, reírse o moverse es molestia descomunal. Asistí al hospital solo para que confirmaran la fractura. Se estropearon mis planes de vacaciones: dos meses tarda una recuperación. Y es por eso que estoy ahora aquí, en la banca del patio de mi casa disfrutando a la familia. observando como mi hija menor juega tranquilamente con su plastilina. Me sobo constantemente la costilla, respiro lentamente para que no me duela. Me suministro los analgésicos rememorando aquellas buenas jugadas, esas que me hacen sentir como un héroe, un crack anónimo y un futbolista impaciente que espera muy pronto volver a  la canchas.










viernes, 6 de noviembre de 2015

LA MUCHACHA DE LA ACERA DE ENFRENTE



Cómo todos los días desde muy temprano, cuando todo aún es penumbras sobre el Boulevard Juárez, los autos parecen cohetes subiendo y bajando sobre la avenida con sus luces encendidas. Sobresale el estruendoso rugido de sus motores desvaneciéndose a la distancia...después de unos minutos todo se vuelve a la calma y al silencio...
Existe en el ambiente, un fuerte aroma a tamales y tacos acorazados que invaden las esquinas que convergen en la glorieta del Niño Artillero y, es justo ahí, a un costado del Banco Nacional, donde ya está esperando atenta a que pase algún camión, la muchacha de la acera de enfrente.

Nadie aquí en el trabajo sabe a ciencia cierta cuando llegó, a donde va, a que se dedica ni de dónde viene; simplemente un día apareció de repente, apostada en la misma parada del camión cada mañana, cada tarde y cada noche.

Desaliñada, ataviada con sus jeans negros y una chamarra de mezclilla. Con sus gafas oscuras y una playera conmemorativa de algún concierto de Bon Jovi... Lleva puestos unos audífonos Sony que no están conectados a ninguna parte y  de su hombro cuelga una desgarrada mochila Samsonite. Parecería que lleva años preparada para viajar, pero en realidad permanece estática y nunca va a ningún lado.

Para todos, aquí en el trabajo, es un verdadero misterio la muchacha de la acera de enfrente y en ocasiones suele ser un tema de debate en la hora del café: Las mujeres dicen que es una versión local y moderna de la "Penélope" de Manuel Serrat; que su espera no es sufrimiento ni agonía porque al parecer está sedada aguardando al amor de su vida...Infinitamente la compadecen.

Incluso, sucedió hace unos días que Doña Ana  -una ejecutiva de ventas en edad avanzada- no pudo más con su curiosidad y cruzó la avenida para intentar charlar con la muchacha; la saludó, le hizo preguntas, le ofreció comida y  algo de dinero, pero no tuvo éxito. La muchacha solo se concretó a sonreír y a decir "no" con la cabeza sin emitir una sola palabra. Doña Ana, una experimentada vendedora acostumbrada a nunca recibir un "no" como respuesta, regresó inesperadamente derrotada.

Los hombres, de manera simplona solo nos preguntamos ¿Qué edad tendrá la muchacha? ¿En qué momento se alimentará?, y... ¿Por qué está tan mal ubicada la parada del camión? (Unos veinte metros hacia atrás no estaría nada mal. A veces el ruido y el humo de los escapes estropean el gran momento de consumir tamales y tacos en los puestos semifijos de la glorieta).

Pasa el camión que va para San Pascual, pasa el autobús que va a San Ramón y pasa el colectivo con ruta hacia San Vicente. Ninguno de ellos son lo que espera esta muchacha aparentemente.

Surcan los aires los aviones, sobre la banqueta caminan incesantes cientos de transeúntes, mas ninguno de ellos es a quien espera la muchacha de la acera de enfrente.

Frente a sus ojos desfilan infinitos transportes: Taxis, autobuses, minibuses, motocicletas, comerciales, particulares y escolares...y sin embargo ella en ningún momento se intranquiliza , no injuria, no se desespera. continúa atenta viendo pasar cada automotor que se aproxima a ella.

Es un hecho que en esta zona no somos los únicos intrigados con este misterio urbano, como sucedió el otro día en que el señor Gerente del Banco Nacional, un poco titubeante y torpe se le acercó a la muchacha: Primero le cuestionó el porqué de su insistente presencia cerca del banco, luego, al no recibir respuesta alguna comenzó a cuestionarla más y a enojarse poco a poco; terminó por llamar a la policía, exigiendo que la retiraran de ahí por "mala imagen" o para "prevenir un probable ilícito".

Ocurrió entonces que los comerciantes y el señor del puesto de revistas salieron en defensa de la muchacha, impidieron que la movieran de ahí o que se la llevaran, "¡Pues la calle es de todos!" -decían- "¡Ustedes no se metan en su vida!"..."¡No está haciendo nada malo!" ..."¡Montoneros!"- indignados les gritaban y manoteaban a los policías-.

Todos habían hecho su buena acción de la jornada, aunque en el fondo no lo hicieron tanto por ser buenos samaritanos; lo hicieron por su curiosidad de conocer el final de la novela. Tenían las mismas ansias por saber cuál era el motivo de tan larga espera: ¿Cuál es la finalidad de la muchacha de la acera de enfrente? ¿A dónde quiere llegar? ¿Con quién se quiere encontrar...? ¿Con el amor? ¿Con un milagro? ¿Con su destino?...

Lo que es un hecho, es que ella ya es parte de la glorieta, de la parada del camión y de las historias que día a día se pueden contar, y también es verdad que quizás la subestiman; me doy cuenta de ello cuando es de noche y hay que regresar a casa, especialmente cuando llueve y de manera súbita se altera un poco más nuestro ritmo de vida : Los comerciantes presurosos guardan atropelladamente sus puestos, y sobre la avenida la gente corre chusca para guarecerse del agua o abordar algún transporte. ¡Es en ese momento cuando la muchacha esboza un sonrisa maliciosa! y desde su atalaya, -que es la parada del camión- detrás de su mundo de sus lentes oscuros adopta una postura que parece decir: "¿Pero quiénes son todos estos seres tan extraños y afanosos? ¡Vienen y van constantemente todos los días, tardes y noches!: Atónitos, tristes o eufóricos. ¡Suben y bajan encadenados a similares horarios y compromisos! ¿Qué buscarán con tanto ahínco?... ¿A qué fe se aferran?, ¿A buscar el amor?... ¿Un milagro?...¿¡Su destino!?".