sábado, 25 de abril de 2015

LOS MOMENTOS DE LA FE.

    

Sé perfectamente que estoy muy lejos de Jerusalén. ¿Qué tan lejos? Seguramente a miles de kilómetros como lo refiere el mapa geográfico y tal como lo detalla con gran precisión el asombroso 'google maps'.

Soy un hombre de fe, así me lo enseño mi madre a muy temprana edad, sin embargo, cuando la vida se torna difícil y sumamente áspera, no puedo evitar recrear en mi mente aquellos sermones de Jesucristo a orillas del lago Genesaret en Galilea, tal y como está descrito en el Evangelio de San Marcos.

Mi primera idea de hacerlo -tal vez suene burdo-, no es buscar la enseñanza; sino buscar y sentir consuelo en esas palabras llenas de bienaventuranzas y también llenas de piedad.
Puedo imaginar por un momento el fervor de la multitud avanzando hacia el frente, buscando tocar el manto sagrado y esperar a que todo ocurra de inmediato: El milagro que cauterice las heridas, que desaparezca todo dolor y que reine la calma de la paz, del amor y del perdón.

Sé perfectamente también, que estoy muy distante de aquellos días aciagos de mi juventud, en los que decidí asistir por voluntad propia a la misas de domingo, en la Parroquia de Nuestra Señora de la Divina Providencia, en Ciudad Nezahuacóyotl.

Durante varios meses salía de casa a las cinco y media de la tarde, caminaba aproximadamente un kilómetro y medio por los camellones de la avenida Villada y aceleraba el paso en la esquina de la panificadora "madrugada" para llegar puntual al inicio de la celebración litúrgica dominical.

Al ingresar a la iglesia, me encontraba con personas al igual que yo: necesitadas de fe. Gente de rodillas agradeciendo o realizando actos de contrición. todos ellos, rostros serenos, cansados o afligidos.
De entre los inciensos encendidos y los ramos de flores; las velas del pasillo y los rayos de luz a través de los vitrales; los nidos de las golondrinas en las vigas y las infaltables lágrimas en los altares: surgía algo así como una restauración del equilibrio o una sanación para el alma.

Después de las lecturas y del sermón del cura, la estudiantina de la parroquia, coronaba el singular momento con el himno de Hosanna en las alturas...La comunión era la ceremonia del Sacramento de la Eucaristía, pero también lo era la unión de gente totalmente desconocida con afinidad de ideas y de sentimientos, manteniendo por una hora un acuerdo tácito con Dios.

En los momentos más difíciles de mi vida, mi fe en ese ser superior, siempre me ha sacado adelante.

Como creyente de la resurrección, creo que Jesucristo -hoy día-, está más vivo que nunca, y que continúa predicando a la orilla de aquel lago en Jerusalén; solamente que la "vida moderna" se ha convertido en ese complejo puente que me aleja de asistir regularmente a misa -eso aunado a mi condición humana tan imperfecta-.
Ahora todo lo cubre la bendición de poder disfrutar de mi familia, la necesidad de tener algo que hacer siempre, y todavía me quedan momentos para ver por Tv las repeticiones de esos increíbles partidos de fútbol de la "Champions ligue" 

No sé en que momento asumí un tipo de "control remoto" de la fe. Lo que sí sé, es que es fuerte, sólida y se ha ido puliendo con el tiempo.

Le he mostrado a mis hijas ese camino que un día me enseño mi madre, pero al igual que yo -, cuando fui joven-, ellas en su momento deberán decidir por sí mismas: si un día van en busca de esa fe, que una vez encontrada se va haciendo fuerte y sólida con el pasar de los años.






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