Después de tres años sin poder verse, María y Pedro se reencuentran en el mercado sobre ruedas de la Avenida Quintana Roo.
Tras saludarse efusivamente, intercambian y actualizan información -desde su salida de la secundaria habían perdido contacto-:
María cumplió dieciocho, trabaja en una fonda cercana a las minas de La Calera. Pedro tiene diecinueve, labora en un taller de cerámica por la zona de Burgos.
Ambos coinciden en la falta de tiempo para realizar otras actividades; su trabajo además de arduo, es muy demandante.
Pedro toma la iniciativa para solicitarle a María una cita, y aunque ella se muere de pena, también desea la propuesta.
A pesar de los compromisos que ambos tienen para ayudar a sus padres -él en un invernadero y ella en labores de casa-, acuerdan de verse en la parada de San Gaspar al día siguiente a las seis de la tarde.
Una cita para acompañar a María en el camión de regreso a su casa es suficiente para que los dos se sientan afortunados.
El sábado por la tarde, ya de regreso en el autobús camino a su casa, muy cerca de la parada y de la hora acordada, María va increíblemente contenta; alcanzó un asiento en la parte de atrás. Va con su rostro pegado a la ventanilla. Trata de distraerse observando a los perros que buscan comida en la basura...mira las mismas calles que ahora parecen ser distintas...mira a los pepenadores encontrar cosas rescatables del suelo, mira al rico tirar lo que le estorba... Ahora hay abundancia y todos son dueños de algo...sin embargo, no puede dejar de sentir un vértigo. Cuando se mira segura de sí misma sobre el cristal, ensaya una sonrisa luminosa...entonces sus ojos brillan.
Por su mente pasan miles de cosas quizá imposibles para ella, pero que igual son maravillosas.
En un camión repleto de rostros adustos, cansados o descompuestos -cada cual en su propia histeria o en su propio infierno-, María hace la diferencia.
En la parada de San Gaspar, Pedro ya espera el camión en dónde viene María. Sus manos maltratadas sostienen un par de rosas que eligió para ella. Su jornada laboral estuvo llena de la atroz presión de siempre -con el sueldo miserable de siempre-, mas no puede evitar la contradictoria sensación de nervios y de bienestar que le invaden.
Desde el segundo año de secundaria se enamoró de María, y desde entonces tenía el convencimiento de que aquello era algo recíproco, solamente que por falta de tiempo y de espacio nunca se animó a decírselo. Ahora llegó el momento y la oportunidad para poder hacerlo.
Ante los ojos de Pedro pasa caminando algún desvariado maldiciendo incoherencias, a un lado de él se encuentra un maleante esperando el descuido de alguna señora despistada para hurtarle su monedero...Pero para Pedro el día es brillante, está motivado y decidido a que ese brillo no se acabe.
Una vez que el camión llega a la parada, Pedro lo aborda y paga su peaje a un chofer mal encarado que parece estar confinado a renegar de su trabajo.
Ansioso, Pedro se abre espacio entre la gente buscando a María. Ella se alza un poco de su asiento tratando de encontrarlo. El pasajero de la tercera edad que va sentado a un lado de María, sabiamente comprende la escena; se levanta conmovido y le hace una seña a Pedro invitándole a que ocupe su lugar.
Ansioso, Pedro se abre espacio entre la gente buscando a María. Ella se alza un poco de su asiento tratando de encontrarlo. El pasajero de la tercera edad que va sentado a un lado de María, sabiamente comprende la escena; se levanta conmovido y le hace una seña a Pedro invitándole a que ocupe su lugar.
María y Pedro contentos se saludan, se dan la mano y un beso tibio en la mejilla. A partir de eso, se dijeron pocas palabras, (Porque a a veces en el mutuo silencio también reside el amor bien correspondido) se tomaron firmemente de la mano y sintieron el poder inmenso de dos almas por fin emancipadas; Ya nada pudo borrarles la sonrisa.
Se dispusieron a disfrutar los minutos restantes de su cita sin idealizar el futuro (Porque eso nadie lo tiene seguro, y lo único seguro es el amor puro). Se reacomodaron en sus asientos convencidos de su fortuna y gozaron del corto viaje más felices que ninguno...
A bordo de un camión viejo y destartalado, repleto de almas adustas, cansadas o descompuestas -cada cual en su propia histeria o en su propio infierno-, María y Pedro hacen la diferencia encontrando en ese contexto la cita más bonita del mundo.