Hay un pájaro que elige siempre el mismo tramo de cable para posarse ahí durante un buen rato.
Otra ave, elige diariamente la misma punta de una cornisa para trinar animosa -indistintamente de que exista mal clima-.
Sobre la avenida abundan los mismos baches (a veces resulta grato reconocerlos), y cómo techo tienen a las conocidas copas de los árboles -que siempre será espectacular poder visualizarlas-.
El mismo tráfico, los mismos autos, los mismos ruidos con sus mismos decibeles. Los mismos pórticos de las escuelas, los mismos cantos en honores a la bandera, los mismos niños distraídos que se creen enamorados y, comprometidos en la fila, se toman de la mano.
Las mismas albricias dentro de las iglesias, el mismo perdón al inocente y al culpable.
El mismo temor de utilizar el GPS, o de no hacer uso de la intuición... La misma vaga sensación de estarnos perdiendo de algo.
La misma comedia, los mismos villanos, los mismos zapatos gastados, los mismos perpendiculares rayos del sol.
Las mismas ganas de huir, las mismas ganas de prevalecer. El mismo grito, el mismo camino.
Todo forma parte de un paisaje, de una estructura que ofrece bosquejos esenciales, y parecería no ser necesario profundizar en ello, detenerse un momento para apreciar si en todo existe algo bello, algo trascendente...algo fundamental.
Pasamos de largo por las laderas de las montañas, pero no distinguimos el frugal olor a campo.
Solo escuchamos ruido inteligible, discusiones, exigencias, quizá furia, corridos, reggaetón...
Miramos decenas de rostros difusos durante el día, pero al final del mismo no reconocimos si en cada uno de ellos existía dicha, necesidad o dolor.
Cada mañana la rutina hace fuerza tratando de que no se rompa la inercia de lo cotidiano, sin embargo, paralelo a ello se mantienen en calma los elementos que son sagrados: el amor, el conocimiento, la valentía, la entrega y la fe.
Elementos que nos permiten trascender más allá de la monotonía, emerger de los escombros donde nada cambia, donde todo es igual.
Entonces el reloj de arena avanza y la balanza se inclina a favor del constante cambio, encontrando nuevas rutas y diferentes ópticas; nuevos trajes y renovadas esperanzas; distintos antídotos e inéditas respuestas dentro de la misma ciudad; la de los mismos colores y la del invariable vacío.
El misterio de las flores que nacen y crecen en terrenos agrestes; es el mismo que el de la aves persistentes en las cornisas. Independiente del mal clima, animosas se disponen a trinar anunciando dulcemente que el día de hoy es bello, trascendental; parecen insinuar que si somos capaces de asimilar eso, nuestros mejores días pronto vendrán.