jueves, 29 de septiembre de 2016

EL HIMNO ROTO




El sonido de los tambores de la banda de guerra escolar acompaña a los niños de primaria y secundaria que marchan por la avenida principal; celebran un aniversario más del inicio de la independencia nacional.

Ya sea por el calor -aunque el cielo está nublado- o porque son las primeras horas del día, pero los gritos de ¡Viva! son muy débiles, y la ejecución del himno nacional suena bastante distorsionado, roto.
Una interrogante importante es: ¿Qué ha pasado con las banderas? En años anteriores la bandera era un producto de consumo masivo en el mes patrio. Las calles solían estar tapizadas con la insignia nacional. 

Existe una mezcla de diferentes estados de ánimo en los rostros de todos los participantes. Más que la alegría de los debutantes y de los pocos desmañanados, se percibe un pesar: El pesar de la desvelada de la noche anterior, el pesar del camino que se debe de recorrer. El pesar de los problemas existentes que no permiten la algarabía...Mayoritariamente se percibe la expresión de "participo en contra de mi voluntad", y por encima de las cabezas se asoma una pregunta concreta: "¿Qué es lo que estamos celebrando?"

Comparto ese incómodo pesar con los participantes y me solidarizo con ellos; son demasiadas las preguntas que flotan en el aire: "¿Nos independizamos de quién, para ser ahora qué? ¿Qué sucedió después de la independencia?...¿Y después de la dictadura?...¿Y después de la revolución?...¿Y después de la democracia?...¿¡Y después de la alternancia!?..."

Una vez que se sueltan las interrogantes, suelen ser imparables y a veces infinitas. Y es que al día de hoy, siguen vigentes en todo el país esas conmovedoras "Siluetas Humildes" de las que nos contó hace mucho tiempo el maestro Carlos González Peña.
Se sigue reflejando la misma inequidad y el mismo dolor del pueblo que fueron plasmados hace décadas en "Jacinto Canek" de Ermilo Abreu.
Y por si esto no bastara, en la mayoría de las escuelas se ha perpetuado en carne viva la obra de Juan Sánchez Andraka: " Un mexicano más".

¿Por qué prevalece este sentimiento de desigualdad e injusticia?. ¿Una celebración de El Grito puede callar esas voces internas que se asoman cada año? ¿El desfile es un bálsamo que cura y tranquiliza la memoria? ¿Se concilian las deudas históricas? ¿Nos llena de justicia? ¿Nos proporciona confianza plena en el en futuro de nuestros hijos?

Suena duro, sin embargo todo tiene un porqué. Si me vinculo fraternalmente con esos rostros de pesar (que marchan más a fuerzas que de ganas), puedo entender que hace mucho tiempo -cuando fui niño- mi día escolar favorito era el lunes -día de honores a la bandera-. Centenas de niños y niñas; vestidos todos de blanco, firmes, formados pulcramente en el patio, entonando el toque de bandera.
Nuestro director -el maestro Porfirio- tomaba el micrófono para hablarnos de fechas históricas, nos describía las hazañas de combates gloriosos. En todo momento nos invitaba a sentir una profunda admiración y un gran respeto hacia los héroes que ofrendaron sus vidas para darnos patria y libertad.
La arenga devota de nuestro director tenía como colofón el himno nacional cantado a todo pulmón. ¡Qué orgullo! ¡Qué placer era cantar el himno nacional! ¡Gritar el himno nacional! Como si quisiéramos que con ello se reventaran las nubes y que lo escucharan -en donde sea que estuvieran- nuestros grandes héroes; que se sintieran satisfechos, honrados y enaltecidos.
En cada niño había un pequeño soldado dispuesto a emular a su héroes, de llegar a ser necesario.

Pero... siempre hay un pero.
Se supone que desde hace más de setenta años, teníamos todo para triunfar, para progresar, para ser un país de primer mundo. Pero, conforme fueron pasando los años, hubo un nulo avance en la economía. La inseguridad modificaba para mal las normas de la sociedad. La corrupción desmedida avasalló al obrero, al campesino y al estudiante. Los engaños, el abuso del poder y la demagogia desmoronaron  la visión de país festivo, libre y soberano; se fueron mermando el entusiasmo, las ganas, la credibilidad, y fue así entonces, que quedó ahogado el grito y cayó el himno roto.

Un himno roto, pero no tan roto como mis zapatos y mis pantalones que usaba cuando era niño.
Un himno roto, pero no tan roto como las promesas incumplidas de los políticos infames.
Un himno roto, pero no tan roto como el corazón de la madre angustiada por tratar de llenar-con muchos sacrificios- el estómago de sus hijos.
Un himno roto, pero no tan roto como la esperanza de los jóvenes, que ante la falta de oportunidades no ven claro su futuro.
Un himno roto, pero no tan roto como las almas tristes de los migrantes desplazados por la pobreza.
Un himno roto, pero no tan roto como nuestro ecosistema devastado con fines de lucro.
Un himno roto, pero no tan roto como el llanto amargo por la pérdida o desaparición inexcusable de un ser querido.

Un grito ahogado y un himno roto que juntos -en un día de celebración- no logran ahuyentar la ira, ni tampoco logran que se mude la tristeza. No se sanan las heridas con la simulación, ni se resarce el daño aventando ¡Vivas! y cohetones.
En momentos como estos de nada sirven las serpentinas o los jocosos saludos desde un devaluado balcón presidencial.

No sé si hemos sobrevivido todos estos años esperando el retorno del Padre de la Patria o añorando el regreso de nuestros Generales de la División del Norte y del Ejército Libertador del Sur.
La realidad es que como país hemos naufragado, y en medio de la confusión y del caos nos hemos aferrado -cada quien- a la tabla que está a su alcance...Y luchamos...pero luchamos siempre  aislados. Aún así, en medio de las crisis a veces logramos que sucedan los milagros. Milagros que alcanzarían para más si nos uniéramos... Milagros que alcanzarían para más si tan solo la clase política ejerciera honestamente su trabajo...pero los rapaces nunca cambian y siempre requieren de dos tipos de cómplices: Los cómplices directos -que son los que arrebatan- y los cómplices indirectos -que son aquellos que rehuyen a luchar por lo que les pertenece-.

Aunque.. siempre hay un aunque.
Hacia el final del desfile del día de hoy, los niños se relajan, las verdaderas sonrisas regresan a sus rostros; el compromiso ha terminado. Sus padres, que ya los esperan, los toman de la mano y se van fatigados de regreso a sus casas. Por más que busco, no veo ondeando ninguna bandera.

Aunque el grito salió ahogado y el himno sonó roto, quedó la esperanza del cambio en estas nuevas generaciones, que ya se cuestionan a sí mismas, que no festejan ni aplauden discursos carentes de todo; y que a marchas forzadas, estoicos cumplieron con su compromiso.
La confianza en las nuevas generaciones es lo único que no puede desmoronarse. La historia nos cuenta de naciones en ruinas que renacieron de entre sus cenizas gracias a la fuerza y determinación de su juventud.

Quizá hoy sea tiempo propicio para cultivar de nuevo flores, para levantar lo que está caído y para remendar todo aquello que esté roto. 

Me quedo con la metáfora del escritor argentino Juan José de Soiza, en la que describe a la patria como "el hogar ausente". Justamente en ese sentido parecería que El Grito ya no es nuestro Grito, y que ese himno roto, tampoco es nuestro himno. Parecería que nuestro país ya no nos pertenece porque hemos estado ausentes de él, desde hace mucho tiempo.