miércoles, 29 de junio de 2016

PARA LUPITA, CON MUCHO AMOR


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Para Lupita, con mucho amor. 


Hace ya tanto tiempo de los patos silvestres sobrevolando el antiguo lago de Xochiaca...
Eran tardes de remolinos y tolvaneras de arenas grisáceas y doradas...
Hace ya tanto tiempo del cielo azul (Cuando era cielo azul) y de las nubes blancas (Cuando eran nubes blancas).

Hace ya tanto tiempo de la risa de Lupita, de los abrazos de Lupita y de los besos sanadores de la abuelita Lupita.

Morenita, de rizos canos y sonrisa franca; De consejos sabios y de manos mágicas. La abuelita Lupita era llenita: Llenita de amor, llenita de sacrificio y llenita de bondad. Quizá fue por eso que mi madre le confió a ella mi cuidado en aquellos años en los que tuvo que salir a trabajar.

Así se inició entonces, aquel breve camino que recorrimos juntos.

Mi abuelita la Adelita.
Fue mi maestra y artesana. Ante cualquier necesidad la buscaba para encontrarla siempre en la cocina.
Para superar cualquier dolor la abrazaba fuertemente de su falda.
Lupita la guerrera, Lupita solidaria. Ella siempre sonreía para cargarme entre sus brazos, para apapacharme con su rebozo misericordioso y juntos frente al fogón de la estufa, su comida terminaba de guisarla.

Lupita la adivina.
Ella tenía el don de la intuición; me encendía la Tv, me llevaba hacia el sillón y -sobre su mandil- en sus piernas me acomodaba. Arroz con leche, frijolitos y tortillas me alimentaban, pero me nutrían más los momentos en que reíamos juntos, nos divertíamos demasiado viendo las aventuras de una pantera rosada. Entre arrullos y dulces sueños, el corazón de abuelita Lupita era mi morada.

Pudiera suceder que nuestros abuelos al mirarnos a los ojos aprecian otra vez la inocencia que encontraron en sus hijos, sólo que ahora el vínculo se torna muy especial, porque: "Nadie sabe ser hijo hasta que es padre, y nadie sabe ser padre hasta que es abuelo" -Me ha dicho mi madre en un par de ocasiones-.

Los abuelos son la raíz de los encinos que ofrecen basta sombra, y son también los dulces frutos de los árboles que se encuentran en el camino.

El ferrocarril México-Veracruz corría en las orillas del lago. el monumental ruido de trabajo que generaba la maquinaria sólo podía compararlo con el sonido de los latidos de Lupita: Luchadora incansable y poderosa que avanzaba sin parar siguiendo su ruta designada.

Hace ya tanto tiempo de todo eso...De Xochiaca, de Celaya, de los tamales y los atoles; de Lupita la proveedora voluntaria...

Siempre se trató de dar, de dar todo sin exigir nada a cambio. Así fue el trato de Lupita hacia sus semejantes. No creo que haya existido un solo rincón de su casa que no reconociera su nobleza; incluso estoy seguro que hasta los gatos y los perros distinguían su alma buena.

Pudiera ser que cada cierto tiempo Dios crea a seres excepcionales: personas iluminadas; Seres maravillosos que escriben su nombre con letras de oro en la memoria colectiva...Jamás pasarán desapercibidas.
Personas que dejan buena semilla y honda huella en el mundo...Curiosamente, ese tipo de personas son las que suelen partir antes de tiempo; Dios las crea y rompe el molde...Cometas de imperecederas estelas...Poca gente hay como ella.

Lupita partió súbitamente un diciembre en días de festividades y previo a la cena familiar. No me fue extraño el ver a un río de gente apesadumbrada y reunida en su despedida.
En ese entonces yo comprendía poco de la vida Entre lágrimas, mi tío Odilón se consolaba y me consolaba repitiendo constantemente "Solamente está dormida"...fue el símil de la bella durmiente, pude comprenderlo triste, sin que se desgarrara mi corazón en ese momento.

El camino que iniciamos juntos se interrumpió abruptamente antes de que yo cumpliera mis tres años. El fogón en la cocina jamás fue el mismo. En algún lugar quedaron guardados para siempre su místico mandil y su misericordioso reboso. Ya no hubo arrullos mágicos ni tardes fantásticas de panteras rosadas.

A la distancia, lo esencial se percibe con claridad; Todavía soy el niño de dos años que de rodillas en el piso voltea hacia arriba para mirar a Lupita con total admiración.
Me siento diminuto por el tamaño de gente que fue ella para todos.

Lupita predicó con el ejemplo y dejó gran escuela en sus hijos. Le pasó la estafeta de relevo a mi madre -su hija mayor-  quien no ha desmerecido en ningún momento esa honorable responsabilidad, y que bien merece contarse en una historia aparte.

Es mayor la dicha que la tristeza que siento al recordar a Lupita. Me siento afortunado y agradecido por el cuidado y el cariño que me brindó.

Es por eso este humilde y breve reconocimiento para Lupita, con muchísimo amor de su nieto que le extraña tanto.